notas sobre el odio I

Es muy fácil odiar a los otros cuando se tiene tan bien entrenado el odio a uno mismo. Luego se vuelve vicio doy crédito al despotismo por pereza, por no construir una justificación que abra una falsa puerta hacia la compasión. No he visto a un solo humano que la merezca. O tal vez sí. Una vez vi a un bebé albino que sacaba la mano del rebozo para enseñar las pulseras de semillas de café. Lo vi pasar y sentí compasión porque tal vez aquel era el único ser en el mundo que merecía morir y que no podría hacerlo porque no dispondría de su vida sino hasta mucho tiempo después. Y eso contando con que tendría la suerte de llegar al punto muerto de aceptar que su vida había sido un insulto gratuito y se arrojaría de un puente o se colgaría del árbol de su casa. Por lo demás, estoy seguro de que todos meremos la angustia de estar siendo esa inmensa mierda que nunca lograremos dejar de ser. Merecemos el insomnio, el llanto y el hambre. Merecemos las horas de espera, el trabajo inútil, los reality shows, la publicidad, los bancos, los atentados y las guerras. Merecemos el plástico, la basura, las fronteras, el tedio, las utopías, el miedo, el dominio y la peste. Estoy seguro de que si alguien fuera consciente de lo que la vida significa no podría dejar de gritar hasta arrojarse a las vías del metro. Desde pequeños, hemos tragado a cucharadas mentiras en todas sus formas, por ejemplo, la más patética de todas, esa de que la vida es un milagro. Y otras con formas distintas: la mentira del amor, la mentira de la bondad, la mentira de la paz, de la pureza, del hogar, de la trascendencia, la de la historia, de la identidad. Cientos que se publican día a día en panfletos religiosos, periódicos y comedias románticas. No he visto a un solo humano que no viva saturado de mentiras ajenas en donde encuentra un espacio para regodearse en su orgullo. Los peores son los optimistas. Esos que predican la maravilla en cada gesto, la autenticidad de lo inédito, la gran certeza de que la vida les ha dado todo lo que esperaban, oh yo, oh los demás, me hacen llorar de rabia. Alguna vez escuché que cuando mueres toda tu vida pasa frente a tus ojos. Me encantaría que esta idea fuera cierta sólo por asegurarme que cada hombre se verá a si mismo como un fracasado y que lo último que sentirá en esta vida será una infinita lástima hacia sí mismo.

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