sobre el odio II

Tomemos por ejemplo ese señor balanceándose en el metro. Tendrá unos cincuenta años, chaleco, encorvado, zapatos de agujetas. Está leyendo un libro con unos anteojos de adolescente. Seguramente ha cumplido todos sus propósitos, se siente feliz. Supongamos que tiene alguna compañía a quien ha entrenado bien para que diariamente le recuerde lo grande que es o, lo que también es posible, para que hable de los defectos de sus personas más cercanas, defectos de los que él carece. Efectos condicionados: una galletita, babea. Una chupada de pito, babea. Una crítica al nuevo vecino, babea. La dinámica del babeo condicionado construida para la reconciliación con la vida. Cincuenta años con lo mismo y gracias a ello. Es algo impresionante, debía levantarme de mi asiento y llegar hasta él y darle la mano. Felicidades, cincuenta años no pasan en vano, es usted un ser humano capaz de babear y hacer babear y con esa baba ha llenado las fallas existenciales que lo acosaron en la adolescencia. ¿Alguna vez se preguntó por qué diablos usted tenía que vivir? Perdone, no tiene ninguna importancia, yo no tengo ningún interés en agredirle a Usted que tan pasivamente, tan hábilmente, tan ciegamente ha tragado décadas y décadas de violencia gratuita.

En la siguiente parada bajamos todos.

Y si yo en realidad fuera y preguntara, ¿qué podría decirme de su vida? Que ha sido bueno, que algunas veces la tuvo difícil, que su hija está embarazada, que piensa ponerle al niño como él. Y digamos que se llama, Juan Antonio. Me llamo Juan Antonio, me he superado a mi mismo, he llegado mucho más lejos de lo que nunca creí. Todo esto sin ser todavía un viejo, mi padre murió a los. ¿Violencia? Nunca. Bueno, mi madre me abofeteó una vez. Me mandó a comprar el pan y me preguntó quién estaba en la tienda. Yo le dije que tres mujeres, ¡pas! (movimiento extraño del labio superior derecho y manotazo al aire) me atravesó la cara mientras me decía que no eran mujeres sino señoras. Señoras y no mujeres.

Imagen mental de sí mismo que domina en su memoria: la de su licencia de manejo.

Siguiente parada final del trayecto. El hombre ejemplo de hombre se va, le habría dado una bofetada si creyera que vale la pena. Pero después de él no hay nada. Lo que sigue es decir que sí a todo, aceptar el balanceo del metro como inercia contra la cual no es posible revelarse y montar en otro metro y montar en otro metro y ver a una gente y ver a otra gente y balancearse acompasadamente y así hasta el fin del mundo.

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